-ción. En Andahuaylas, Abancay y Tambobamba florecen ferias agroecológicas como la Chanka, Chackramanta o Tikapallana, donde los productos no solo son libres de pesticidas, sino también portadores de historias, sabores y afectos. Allí, las productoras saludan con cariño a sus fieles compradores urbanos, los “caseritos”, construyendo un puente vital entre campo y ciudad. Más allá de los productos, estas comunidades han dado pasos políticos firmes: se han autodeclarado “comunidades agroecológicas” mediante acuerdos comunales que reflejan su voluntad colectiva de cuidar la vida. Algunas, como Paymakis y Circa, han logrado incluso el reconocimiento oficial como Zonas de Agrobiodiversidad por parte del Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego, gracias a su invaluable conservación de semillas nativas, prácticas agrícolas sostenibles y saberes heredados por generaciones. Pero este proceso no ocurre solo en las chacras. En las ciudades de Abancay y Andahuaylas, jóvenes y mujeres lideran una movilización social que exige políticas públicas justas, medidas medioambientales urgentes y una economía más humana. Estas nuevas generaciones están reimaginando el desarrollo desde una lógica de derechos, cultura y sostenibilidad. Una experiencia emblemática que fortalece esta relación campo–ciudad es el Mecanismo de Retribución por Servicios Ecosistémicos (MERESE) implementado en Abancay, donde la gestión del agua ya no es solo tarea de las comunidades de cabecera de cuenca, sino también un compromiso de quienes habitan la ciudad y dependen de ese líquido vital. Esta iniciativa demuestra que la sostenibilidad es responsabilidad compartida. 16
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